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Innovando pobreza

August 3, 2012 0 comments Article Uncategorized

Soy testigo, no creo que el único, de cómo se ha establecido en nuestro país a lo largo de los años un forma de hacer las cosas con alcances preocupantes. Un éxito relativo en lo económico, nos lleva a dar la misma respuesta un y otra vez, innovar, parece ser la moneda de oro, el oráculo ante todo desafío, embrollo y coyuntura, ciertamente no son bases muy sólidas. Esta actitud nos ha llevado a creer que las reglas que rigen ese enfoque, que el caso de Chile se traduce no en más que la sobre-explotación de los recursos naturales, se aplica a todas las otras esferas de nuestra vida, con iguales efectos. Una arista concreta de este punto de vista, es la recurrencia al chiche que siempre es la tecnología, la que para una gran mayoría le es profundamente desconocida, literalmente cajas negras subutilizadas. Sendos recursos son gastados en implementar y alimentar una red de fibra óptica de primer nivel mundial, la que finalmente sólo sirve  para administrar telecomunicaciones, me imagino que puede tener otro usos. ¿Por qué hemos caído en este zanja de miopía? Empresarios y publicistas explotan las mismas notas de persuasión,  consumo frenético, innovación para algunos, algo que se ha conseguido sin oposición, sin remilgo de las grandes mayorías, aquellas que alguna vez un dictador las llamo sardónicamente silenciosas. Las excepciones son los estudiantes, la minoría étnica y sexual que han puesto de relieve que algo no está funcionando con el modelo de libre-mercado, fundamentado por el dogma del emprendimiento e innovación, por lo pronto son sólo ecos, turbulencias. Innovar, Emprender, las palabras reservadas de un  sistema que nos llevan poco a poco a un despeñadero de apatía, indiferencia, decepciones, confusión, pero también y en gran medida de ignorancia. Esto último lo señalo como lo más crítico,  no sabemos como funcionan las cosas que nos son esenciales: nuestro sistema de pensiones, el seguro de salud, los cobros de las cuentas del retail, del agua, etc.  Y más allá sistemas automáticos nos rodean y acorralan, contratos telefónicos, cámaras de seguridad. ¿Qué espacio de tu vida te pertenece? Estos innovadores sin ética, ni valores nos explotan en cada rincón que descuidamos por  aquella ignorancia.

Admito que todo lo dicho hasta ahora son solo juicios de valor, sin datos, sólo apreciaciones de un asistémico disconforme con el orden actual de las cosas. En respuesta a ésta auto-crítica, me remito a un pequeño ejemplo, pincelada de un efecto en curso. Por estos días en una de nuestras cuestionadas universidades privadas se premio un proyecto de innovación diseñado por un grupo de estudiantes, que sin ánimo de preenjuiciar, claramente proceden de los segmentos adinerados. Dicho proyecto consiste en implementar una aplicación para dispositivos portátiles, smartphones, tablets (Una primera restricción significativa). Ésta  aplicación modela el trueque, intercambio de bienes y servicios, forma pura de la economía informal. Hasta aquí no mayores problemas, donde aparecen los problemas, es en el objetivo de dichos proyectos, deben tener un impacto social, inclusión, es decir atender necesidades de sectores económicamente deprimidos, ups. Dígame usted, ¿Cómo esperaban ejecutar un proyecto de estas características en una población de Santiago? Un dato duro y contingente, un dispositivo móvil tiene un precio de al menos $300.000, +  gastos por cuantas telefónicas asociadas, todo esto adosado por el contexto en que un sueldo mínimo es de $193.000.

El ejemplo anterior ilumina una situación a la que no ponemos cuidado como sociedad, hablamos de desigualdad, sin etiquetas, pero ésta condición es parte intrínseca de nuestro sistema de libre-mercado, ¿Cuales han sido los efectos de la segregación y desigualdad durante los últimos treinta años? Medimos, medimos, pero no encontramos respuestas, bueno, el ejemplo apunta a una de las direcciones, en la que hemos perdido la empatía, ni uno ni otros sabemos como viven los pobres, los ricos, no cruzan los mismos caminos, no nos miramos a la cara, no comemos, ni respiramos el mismo aire, no soñamos, no vivimos por las mismas cosas y anhelos… El efecto más destructivo de treinta años de la estúpida innovación (hago pie, en que me refiero a aquella acuñada y autocomplaciente indiferencia de nuestros exitosos macro-empresarios, para los cuales la innovación solo pasa por sus cuentas bancarias) la que ha creado el inframundo, el territorio de las vidas perdidas, poblaciones grises, cárceles y carnicerías, aquel lugar donde se cultiva un nuevo dialecto, diferente, en que las relaciones interpersonales admiten un sólo objetivo, sobrevivir, o bien evadir con la violencia la tortura de no existir.

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